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ISSN 1989-4163

NUMERO 01 - ABRIL 2009

La Juventud Baila

David Torres

Será que me hago mayor pero pienso que la juventud está enormemente sobrevalorada. La verdad es que siempre lo he pensado. Cuando veo una manifestación de universitarios inundando las calles (como hace un par de semanas, sin ir más lejos) siento a la vez un ramalazo de nostalgia y otro de lástima. Dejando aparte los motivos concretos de la revuelta, siempre me llama la atención el pelanas que ondea una bandera roja con una hoz y un martillo, como si fuese un extra sacado de Novecento. ¿Dónde habrá estudiado ese mendrugo? Aún no se ha enterado el pobre pelanas que ese símbolo que porta tan orgullosamente fue, durante más de medio siglo y para casi medio mundo, la enseña del asesinato masivo, la represión y la tortura.


Sin embargo, la juventud siempre tiene razón. Éste es un lema muy viejo, concretamente decimonónico, de cuando la gente abandonó los pelucones y lo que empezó a llevarse era parecer rabiosamente joven. Baudelaire se pintaba el pelo de verde, con que fíjense si el punk tiene años. A principios del siglo XX, en Viena, Mahler le escribía una carta a su mujer, Alma, en la que le decía que no entendía nada de la música de ese tal Schönberg, el punky principal de la época. “Pero él es joven y sin duda tiene razón”, concluía la misiva.


Pues no, Gustav, no la tenía. Para demostrarlo ahí está el abandono de la atonalidad y las series dodecafónicas, que han quedado únicamente como banda sonora en las películas de miedo. Schönberg creía que algún día la gente no tendría problema en silbar una melodía de doce tonos de camino al curro, pero la gente va lo suyo y, más de un siglo después, sigue prefiriendo la Traviata y el Bolero de Ravel. A Haendel, a Beethoven, a Wagner (revolucionarios en su tiempo) el público no tardó en cogerles el tranquillo, pero más de media música del siglo XX no hay quién la distinga de un par de gatos fornicando encima de un piano.


Con el comunismo pasa algo parecido: tiene mucho prestigio entre ciertos intelectuales (casi todos niños de papá) y entre los afortunados que no lo han padecido, pero el proyecto político, en los lugares donde se ha aplicado, sólo ha dejado cementerios, hambre y miseria a toneladas. Hay que tener en cuenta que el mismo Karl Marx no era más que un burgués subvencionado por sus amigos, un gordo ocioso que no trabajó un solo día de su vida (en el sentido marxista del término) y que dedicaba los ratos libres a la aristocrática tarea de preñar a la criada.   


La juventud que vuelve a saltar de las universidades cada X años no es más que una fotocopia de esos estudiantes del Mayo del 68 francés, tan guays ellos que ni siquiera se habían enterado que ese mismo año los tanques rusos habían aplastado la Primavera de Praga junto a un buen cargamento de estudiantes del otro lado del Muro.
Ser joven ya está pasado de moda.

La Juentud Baila
 

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